Puedo decir que comprendo en absoluto la enorme responsabilidad de ejercer autoridad, soy un padre de la vida de mi hermano menor, y a lo largo de esta experiencia he aprendido que el equilibrio entre la autoridad y el autoritarismo es una delgada línea que se compone de principios. Yo no puedo castigar sólo por lo que la sociedad sostiene que castigue, poco sirve que obligue a mi hijo a no salir a la calle si no comprendo la razón de su desorden. Cuando uno quiere condenar la libertad de conciencia traiciona los derechos más íntimos de la persona. En el caso de nuestro partido, puedo estar en total desacuerdo con muchos de los actos del Sr. Zaldivar, pero no puedo estar más en desacuerdo que con la decisión de la mesa. Expulsar es sólo una formalidad legal (y confieso caer en ella con regularidad), ya que a nadie se le puede expulsar de su conciencia. Y si el nuestro es un partido virtuoso en ella, aunque te maten seguirás sintiendo el espíritu de la cristiandad.
Como padre entiendo que no es simple castigar, pero también comprendo la responsabilidad que habita en el castigar. Y sólo castigo cuando tengo la sustancia moral como para reprochar un acto, y no la conveniencia política para demostrar una supuesta virtud de mando. La autoridad no sólo se gana, también se merece, y se merece en la formación de valores en nuestras bases (o hijos) se merece en la generación del respeto y del amor, y no en la intención de generar falsa conciencia y habito al temor del reproche y la condena.
Plegándome a los cometarios de ya varios(as) hermanas y hermanos en conciencia, llamo a la calma y al criterio, no dejemos que la febril coyuntura política nos desoriente, somos lo que somos tanto dentro como fuera, porque el nuestro no es un compromiso formal y legal, es un compromiso del espíritu. Dejo el tema más allá de la trivialización de una votación o de un deber político estratégico, la comprendo en el ámbito de nuestra doctrina, de nuestro aprendizaje diario como seres humanos miembros de una sociedad. En todos y todas habita el error, pero también la capacidad de aceptarlo y seguir adelante.
En la fraternidad, que no teme a divisiones
Alejandro Andrade